domingo, 30 de enero de 2011

La realidad (a veces) no es tan retorcida

Un joven está a cargo de la hija de tres años de su pareja. La pequeña necesita ser trasladada a un centro sanitario y, posteriormente, a un hospital con parada cardiorrespiratoria. El informe médico dice que la niña presenta signos de violencia y abusos. La conclusión parece evidente: el novio de la madre ha abusado de ella. Eso se creía cuándo este caso se dio a conocer hace más de un año en los medios. Sólo 48 horas más tarde, la pequeña falleció debido a la gravedad de su estado. El chico fue tachado de culpable. La autopsia revelaría que no había signos de abusos. La realidad era que la niña se cayó de un columpio y, en el centro médico, el especialista que la trató le restó importancia a las lesiones, tan graves, que le causaron la muerte. Para el supuesto responsable fue un duro golpe: le acusaron públicamente de violar a una niña a la que consideraba una hija y no le permitieron asistir al entierro.
Otro caso más cercano es el del presunto agresor del concejal murciano, al que se identificó con nombre y apellidos, e imagen. Cuando se aclaró que no era él, ¿ya está? ¿con eso vale? La rectificación es necesaria pero no suficiente. El honor de esas personas ya está dañado. Hechos como éstos ponen en tela de juicio la función de los medios de comunicación, que están para informar, pero con veracidad y contrastando. En ocasiones, la ambición por la exclusiva junto con la rapidez, hace que se pase por alto la responsabilidad del periodista de publicar algo verídico, que puede y debe comprobar previamente. Algo sobre lo que no se ha informado lo suficiente como para llegar a la conclusión de que lo que en un principio relucía... no era precisamente oro.

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