Hay rachas buenas y malas. Las segundas, desgraciadamente, suelen ser más largas que las primeras o al menos suelen parecer interminables. Golpes duros que llegan sin previo aviso, sin prepararte y que no entiendes, que no aceptas y por los que sientes mucha rabia e impotencia. Cada persona necesita su tiempo para recuperarse: anímicamente afecta, y mucho. Pierdes las ganas de hacer cosas, la ilusión, la alegría... No encuentras el sentido por el que estás haciendo algo aunque cuando comenzaste estuvieses radiante y con ganas de comerte el mundo.
Porque hay cosas que hacen que pierdas el norte, el sur y todos los puntos cardinales. Desorientación. Desgana. Desilusión. Dolor. Enfado contra todo y contra todos. Ver lo injustas que son las cosas y no poder hacer nada por remediarlas cuando es tarde. Pero siempre hay alternativa si se pone remedio a tiempo. Ver que personas fuertes se vuelven débiles ante las adversidades y viceversa. De perder la ilusión. Pero en lugar de parar de darle vueltas y vivir, se clava en tu pensamiento y no hay un momento en que no lo pienses. Sentirte inútil, impotente.
Querer hacer algo y saber que no puedes. Darte cuenta de que no todas las preguntas tienen respuesta y de que ya no la tendrán. Sentirte triste, mal, muy mal. Inseguridad. Desconfianza. Si no te sientes bien contigo... no haces las cosas bien, no pones de tu parte para que salga como deberían y, aunque en ese momento no te importe, como te gustaría y las harías normalmente. Y sentir que has perdido el tiempo sin llegar a una conclusión, sin poder ponerle remedio, que te gustaría haberlo aprovechado más, haciendo otras cosas. Pero te das cuenta tarde. Cuándo te lo decían no hacías caso. No podías hacer caso porque no tenías ánimos ni fuerzas para hacerlo, aunque querías escucharles. Apatía. Desinterés. Bloqueo.
Empezar a disfrutar de lo que estás haciendo y de las oportunidades cuándo empiezan a despejarse las nubes y ves que, aunque sea invierno, sale el sol. Y siempre pasa eso cuando llega el final de una temporada, cuándo empiezas a dejar de pensar prioritariamente en lo que te ha estado rondando por la cabeza todo el año y que no te permitía alegrarte ni ilusionarte por las cosas. Ver otro enfoque, e intentar aceptarlo, aunque no te guste y aunque no lo vayas a olvidar nunca. No hay otro remedio. Ahora. Se tienen que ver las cosas claras, sin niebla, para ver que nos estamos acercando al fin de una etapa por la que hemos pasado muchos momentos buenos y que no cambiaríamos por nada. Espabilar de golpe y reaccionar. Volver a la realidad, la que nos queda y en la que vivimos. Y que empecemos, casi a marchas forzadas, a volver a disfrutar.